RÉQUIEM EN RE MENOR KV 626 (1791), homo reus

"Homo reus" o lo que es lo mismo "hombre culpable", así reza el octavo compás del Lacrimosa Dies Illa (Lágrimas de aquel día), en esas palabras se detuvo Mozart presumiblemente alrededor de finales de noviembre o principios de diciembre de 1791, agotado y angustiado en la percepción de cómo su organismo iba apagándose apartó la idea de finalizar por si mismo esa premonitoria Misa de Réquiem que le habían encargado en tan misteriosas condiciones. Tenía 35 años y dejaba tras de sí una obra tan ingente como excelsa, los expertos en música clásica a día de hoy no conciben cómo pudo incluso a pesar de su precocidad dejar para la posteridad tal vasta producción y de una calidad y sensibilidad que traspasa la barrera de los siglos sin titubear.

Un servidor, también 35 años a punto de extinguirse y con poco corpóreo que alegar, o al menos con pretensión de perpetuidad, retomo mis buceos musicales y abandono otros ( venga esa Tapinería y la maravillosa BSO Zero) para resetear este tobogán melovinilómano con la muerte, aquello que verdaderamente da sentido a nuestra vida, el destino a que nos dirigimos inconscientemente, la única escena capaz de cerrar para siempre nuestras heridas y desvelar definitivamente los motivos y propósitos que nos condujeron por la existencia.

No hace mucho le decía a alguien que para vivir hay que morir primero, simular ese vacío absoluto y dialogar en sueños con aquellos que quisimos tanto y se difuminaron entre nuestros brazos , bastará con dejar que nos acaricien los labios y nos presten una imagen desordenada de nosotros mismos para tomar nuevo impulso y romper el puzzle otra vez.

La Misa de Difuntos de Mozart KV 626 es un buen modo de conversar apaciblemente con la muerte, vestir con música nuestros miedos y en definitiva replantearnos constantemente nuestra senda. Las circunstancias que jalonan esta obra la elevan hasta límites y confines que ninguna pieza musical ha llegado a acariciar: el encargo anónimo, la obsesión del autor por el tema de la muerte, sus contradicciones espirituales plasmadas  al colorear una pieza religiosa, cómo la subyacente enfermedad  hace que el Réquiem se convierta en el luctuoso augurio y en definitiva que quedase inacabada por el propio autor, algo que nuestro querido Mozart prefirió favorecer para su mayor gloria pues existe algo que pueda superar a que dejes incompleta la que en intimidad ya calificabas como tu propia misa fúnebre para que otros la completen.







Mi flirteo con el Réquiem y por ende con Mozart tendría lugar allá por 2006 con ocasión de la publicación de una colección del 250 aniversario de su nacimiento en El Pais, a ello le sumas el visionado de Amadeus de Milos Forman y las charlas didácticas con los Emilios padre e hijo ( mi tío y mi primo respectivamente) que con rigor y paciencia fueron desentrañando los entresijos del personaje, la obra y sus fabulaciones. Por aquel entonces pernoctaba yo en Godella varias veces por semana acompañando a mi tía abuela Beatriz lo mejor que podía y totalmente desconcertado ante el umbral de sus postreros días.

Fue pues un escenario donde esta música respiraba entrecortada por los silencios, las dudas y el desasosiego. Aún así charlé muchas veces con ella con el Réquiem de fondo sobre sus temores, cómo se sentía realmente, qué creía que aguardaría al otro lado. Jamás tuvo miedo, sólo padecía por aquellos que la rodeábamos en distintos momentos, qué sería de nuestras vidas aparte de su cansancio acumulado después de haber despedido a sus otras dos hermanas. Ahora estaba sola, sus iguales habían ido cayendo en un ingente amasijo de años, como decía Wolfgang a su padre en una carta esa era la única meta de nuestra vida: la muerte. Aparte de eso no había nada más, matices y nimios detalles que pronto se desleirían en la fosa del silencio eterno, como una sola gota de lluvia a principios de diciembre, la voz pasa de un gruñido grotesco a un débil y trémulo tintineo en medio de un ruido ensordecedor.


Los hechos rezan así: Julio de 1791, un extraño mensajero encomienda a Mozart la elaboración de una misa de difuntos como él considere a condición de no revelar su identidad ni la de su destinatario,le conmina a que ponga el precio que estime (50 ducados) y dado que le parece una cantidad muy modesta le promete repetir el importe una vez finalizado. Por aquel entonces nuestro creador acababa prácticamente de culminar La Flauta Mágica aunque será retocada antes de su estreno, el cual dirigirá él mismo, y también está construyendo el sublime Concierto de Clarinete para su amigo Stadler en La Mayor. El misterioso aparecido no era un mal presagio como la literatura posterior apuntó reinterpretando posibles fabulaciones del propio Mozart sino Leitgeb, sirviente del conde Walsegg-Stuppach que tras haber muerto su esposa quería dedicarle una misa de difuntos excelsa simulando que la había compuesto él, así se abre el cuento herido que es atravesado por esta música infinita...


                                      CARA A


I. INTROITUS

"Requiem Aeternam" (Mozart), recuerdo escuchar por primera vez esta pieza mientras pasaban un documental llamado "En busca de Mozart", las primeras notas de los corni di bassetto y fagots devolvían las imágenes de un estanque aparentemente en calma que empieza a temblar levemente, pequeñas ondas dubitativas que esconden un gran desasosiego en su profundidad. Así es también la muerte de cualquiera mientras la vida sigue su curso, en el plano superior, apenas se perciben matices de movimiento mientras más abajo cae su existencia a lo más hondo sin que apenas unas ondas balbuceen tu nombre desde el fondo . No es un comienzo tan abrupto, no hay una solemnidad embriagadora, es como si el autor abriese una pequeña rendija dulcemente para mirar con sosiego el indeleble final que te abraza con compasión mientras la luz se funde con las sombras.

Tras esa fascinante apertura sigue un coro que parece emular el coro masónico de Hombres Armados para el ritual de maestría que ya reflejaría en la trauermusik k477 y que reza: "Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis"( dales descanso eterno Señor, y luz perpetua que los ilumine); la fusión de voces es estremecedora y parece conducirnos al abismo existencial mientras repican los tambores, brutales son también los escorzos agonizantes de los violines derivando en ese bálsamo masónico que culmina en la luz prometida que nos guiará al plus ultra. Desde el precipicio nos rescata la angelical soprano con dos versos inanes del Libro de Salmos, como tratando de ofrecer aliento espiritual al creador que ha de adentrarse en la completa oscuridad para conocer cómo duele y cómo hiere. Sorprendente ahora el grito coral de "Exaudi orationem meam, ad te omnis caro veniet" ( atiende mi oración, todos los cuerpos van a ti) donde toda la estructura ofrecida hasta ahora parece estallar y desembocar nuevamente tras el receso ofrecido por el fagot en la primera estrofa pero aumentando su dramatismo en tonos más bajos, emulando una caída en el olvido más pronunciada, sin solución de continuidad. Finalmente se produce un cambio de papeles y los tonos más agudos llevan ahora la iniciativa en los versos finales maravillosamente vestidos con todo el pulmón de la orquesta hasta diluirse en el mismo ruego totalmente desnudo.


Este primer corte del introitus tiene la virtud de resumir en 5 minutos todos los haces que atravesarán la obra, no sólo en lo puramente técnico e instrumental, sino en la oposición de la visión masónica del deceso más serena y libre versus  la cristiana más afligida y temerosa a la par que suplicante. Tampoco somos ajenos a la frustración,rabia y tristeza que van horadando la bóveda vocal y musical de esta primera parada del viaje eterno que emprendería su autor, dividido entre la rendición y el fuego.


"Kyrie Eleyson" (Mozart), esta doble fuga al más puro estilo de Bach., Haendel o Haydn que habían utilizado profusamente esta fórmula, destila cierto poso arcaizante y constituiría un buen single de promoción de la obra si las radiofórmulas hubieran existido en la época. Es un ejercicio perfecto contrapuntístico a su cara A, lo percibo como el típico sorbete reconfortante que limpia y refresca el estómago, en este caso achica un poco las lágrimas y alivia las heridas producidas por su hermana mayor acariciando la fe,"Señor, ten piedad" esgrimen aunque no imploran las voces  como en otros episodios, aún nos queda mucho por bregar.

Hay que señalar que en este Introitus Mozart ya despliega uno de los motores entumecidos de la obra, el gusto por la interrupción del plausible término de las piezas, como si quisiera engañar las percibidas conclusiones con bruscos giros que las prolongan en una suerte de últimas voluntades para finalmente quedar sellados de forma abrupta e inesperada. Verdaderamente no era un recurso nuevo para el maestro pero aquí abraza un sentido mucho más profundo, la lucha íntima del creador por no sucumbir a la muerte dejando abiertos todos los finales, puertas y ventanas que quedan entronadas para que otros pudiesen cerrar sus heridas.



                                                        (ENTREACTO)

Aprovechamos el final del primer brochazo para esbozar la elaboración de esta obra, veamos a finales del mes de Julio Mozart ya había empezado a garabatear las primeras notas del Requiem Aeternam, sobretodo el tema homónimo inspirado en la reciente muerte de su muy amado maestro Ignaz Von Born y quizá también el omnipresente recuerdo del fallecimiento de su padre (4 años antes), que le provocaba sentimientos encontrados pues ciertamente se habían distanciado y no pudo estar a su lado en esos últimos momentos (aquí ya emerge ese homo reus del que hablábamos en el título). De todos modos no hay que pasar por alto que a principios del mes de agosto llegaría el flamante encargo de La Clemenza di Tito (KV621) ópera seria de dos actos compuesta para la coronación de Leopoldo II, la cual tuvo que completar en 3 semanas extenuantes precisando la ayuda de su alumno Franz Xaver Süssmayr que se encargó de la redacción de gran parte de los recitativos secos para llegar a plazo, así las cosas como mucho pudo preparar el Introitus que acabamos de comentar y a lo sumo empezar el Dies irae de la Sequentia. En su viaje a Praga a mediados de Agosto el compositor ya se encuentra francamente agotado y abatido por una enfermedad que empieza a coquetear con él, no en vano llega a emocionarse al despedirse de buenos amigos que allí le veneraban aunque reservándose sus impresiones más aciagas.

El 6 de Septiembre se estrenará la ópera en Praga y de vuelta a Viena el maestro vuelve a sumergirse en bruñir la que sería su más apreciada y ambiciosa obra de su último año de vida La Flauta Mágica (KV620), ésta se estrenaría bajo su batuta el día 30 de ese mes, y ya para rematar tan prodigiosa capacidad el 7 de Octubre irrumpía el estremecedor Concierto para Clarinete en La Mayor (KV622) casi nada ofrecía el  diario de este prodigio en medio de la borrasca de su decaimiento.

Juzguen ustedes el tiempo en que pudo nuestro amigo Wolfgang  retomar sus páginas más escurridizas, apenas dos meses en los que el inesperado éxito aunque moderado de su singspiel La Flauta y la composición de su Pequeña Cantata Masónica "Anunciad a viva voz nuestra felicidad" que se estrenaría el 18 de Noviembre dejan poco margen para el acabado de los 6 cortes de la Sequenz y los 2 del Offertorium. Parece obvio que el Introitus estaría listo y completado a mediados de Septiembre, el resto de temas que han podido vislumbrar el autógrafo de Mozart requerirían de otras manos a saber Joseph Eybler, Maximilian Stadler y Franz Xaver Süssmayr quien digamos recogió el testigo del genio e intentó completar tan vasta empresa y cuyas motivaciones más íntimas sorprenderán a más de uno.

El 20 de Noviembre Mozart caía rendido en su lecho, de aquí a su muerte la madrugada del 5 de Diciembre es difícil imaginar que más pudo añadir a lo que ya hubiese trazado en el papel, aunque vista su portentosa energía no parece descabellado que se incorporase bien para tratar de culminar la música de lo que ya espiritualmente sabía como su despedida o para compartir sus deseos acerca de cómo debía perfilarse las orquestaciones o partes más desvalidas.

Ergo a a partir de ahora el nombre de Mozart irá acompañado indisolublemente al de Süssmayr en nuestra exposición, el cual completaría las partes de orquesta (cuerdas y viento sobretodo, alguna vez percusión) de las restantes canciones que conforman la Sequentia y el Offertorium, esto no significa en absoluto que la esencia de Mozart quede desdibujada ni mucho menos, su alumno conocía bien la obra de su maestro y se esfuerza por no desentonar de las líneas maestras de su preceptor como confesaría en cartas posteriores que citaremos. Basta con cerrar los ojos y coger del brazo tiernamente al febril Amadeus y caminar despacio y sereno hacia las enigmáticas fauces de la muerte para emocionarnos con él otra vez y susurrar en voz baja: siempre Mozart.

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II. SEQUENZ

"Dies Irae" (Mozart: coro, bajo, cuerdas y órgano / Süssmayr: viento y percusión) no ahorra en trémulo este "Día de la Ira", el compositor se muestra furioso, decepcionado como si hablase en nombre de un difunto que se rebela ante lo inevitable, nos tienta imaginar que en el fondo ya pensaba en su propio destino, aunque la letra del corte asume solemne los gastos del viaje  no lo hace así la música que corretea desesperada y jadeante de un lado para otro como si tratase de zafarse del cruel destino. Se puede sentir la asfixia de los voces, las trompetas temblorosas tratando de escapar y la percusión marcando rigurosa el turno de llamada.



Atención como marca con el coro en una segunda vuelta ese "Quantus tremor est futurus, quando judex est venturus cuncta stricte discussurus... que significa: "Cuánto terror habrá en el futuro, cuando venga el juez a exigirnos cuentas rigurosamente", simplemente acojonante para acabar insistiendo machaconamente en la terrible perspectiva cargado de electricidad con violines que se seccionan el cuello unos a otros. Un tema pues trepidante y a la vez lóbrego donde nuestro pequeño hombrecillo carga de rabia su ya tenebrosa letra y se muestra desafiante como un escolar que cuestiona de repente el arcaísmo y puerilidad del catecismo o mejor como ese músico genial que burla las convenciones de su tiempo y rehúsa su vasallaje y busca el sustento por si mismo sin tener que rendir cuentas a ningún encopetado, ese también fue Mozart.


"Tuba Mirum" (Mozart: solistas, violoncello, bajo y trombón tenor  / Süssmayr: viento y cuerdas)
Mucho más afable y dulce se presenta este nuevo episodio primero presentado por la voz del bajo a la que socorrerá algo más circunspecto el tenor, no en vano los violines refuerzan ese nuevo dramatismo, acto seguido como si se tratase de una senda de relevos tomará la palabra la contralto y como era previsible rematará la soprano cargando ambas con los versos más difíciles y heridos:

Judex ergo cum sedebit                   Cuando el Juez se haya sentado
quidquid latet apparebit;                  todo lo oculto saldrá a la luz;
ni inultum remanebit.                       nada quedará impune.
Quid sum miser tunc dicturus?        Qué podré decir yo, desdichado?
Quem pratonum rogaturus,              A qué protector invocaré         
cum vix justus sit securus?               cuando ni los justos están seguros?

Todo acabará con las 4 voces aupadas por una melodía preciosa, que pone la piel de ave como dice mi madre, acariciando temblorosos esa última profecía .


En mi particular interpretación la puesta en escena de este número a través de mis llamativos auriculares me recordaba a alguien personificado en la voz del bajo que interpelaba a sus doctos colegas (las otras 3 voces) preguntándoles que le había llevado hasta allí, hasta esa especie de purgatorio aséptico y frío donde despiertas totalmente desorientado y rendido. Aquí el compositor se muestra compasivo y tierno, filtrando algunos haces de esperanza masónica en el colofón y otros tantos de fe inocente que se abraza a cualquier sonido con tal de volver a despertar.


"Rex Tremendae"  (Mozart: coro, violoncello, órgano, violín I / Süssmayr: cuerdas, vientos y percusión) personifica una obertura a la francesa que celebra la entrada de un rey, aparecen las voces en homofonía al grito de ¡Rex! con unos acordes lúgubres y después una variación que aligera y diluye la gravedad previa hasta que vuelve a evocar el título. La música abre paso al todopoderoso sin contemplaciones, a toda vela aunque en su tramo final todo se evapora en un ruego débil y afligido que musita:"salva me salva me", maravilloso. Supone otro sutil giro al lado más arcaizante y ortodoxo de la obra que rememora algunos de los planteamientos de Don Giovanni.








"Recordare Jesu Pie" (Mozart: todas las partes de solista y orquesta  / Süssmayr: fagot) en fa mayor otra de las partes más emocionantes de la Sequentia y no sólo porque es quizá la más mozartiana de esta sección sino porque aquí su creador se desnuda de manera conmovedora fundiendo en una súplica las dos tendencias que atraviesan esta obra : la serenidad ante la muerte y la temerosa de dios. Qué conmoción escuchar esos solos de oboe y clarinete abriéndose camino mientras las voces  se entrecruzan temblorosas y creyentes, hay muchísimos cambios en esta pieza tomando la iniciativa diferentes voces sin dejar de abrazarse. Con sus idas y venidas, repeticiones y llantos el autor trata de redimirse en una especie de "confieso que he vivido" pero a la vez sin olvidar del todo aquellas simples oraciones.




Es como si el difunto quisiera rememorar sus viejos rezos de cuando era niño, demostrando así que es apto para ascender al cielo,el momento más desnudo y sincero de Mozart en lo que llevamos escuchado, donde intenta redimirse de las deudas y pecados vitales conciliando con la música presente y pasado.

"Confutatis" ( Mozart: coro, violoncello, bajo, violín I  y órgano   / Süssmayr: cuerdas, percusión y viento) llegados a este punto las notas se sumergen en el terreno de lo sobrenatural, siempre catalogué este tema de psicodélico, bueno se que es estirar demasiado los siglos pero ciertamente esa agonía operística que tanto nos retrotrae al Don Giovanni o La Flauta Mágica y las llamas que cita el texto religioso que también acercan al corazón a aquel todavía moderno Concierto para Piano nº20 nos sumergen en un terreno pantanoso en el que la antítesis tan freudiana entre infierno y cielo causa un estremecimiento muy hermoso.





Confutatis maledictis,                    Rechazados ya los condenados,
flammis acribus addictis,               y entregados a las crueles llamas,
voca me cum benedictis.                llámame con los bienaventurados.
Oro supplex et acclinis,                  Suplicante y humilde te ruego,
cor contritum quasi cinis:               con el corazón casi hecho ceniza:
gere curam mei finis.                      apiádate de mi última hora.

Son las voces masculinas junto a una orquesta absolutamente convulsa quienes interpretan la maldición y las llamas para a continuación ser aliviadas por las voces femeninas con el "voca me", una vez más se reproduce la misma estructura pero intensificando su sino: llamas más condenadas, voces más frágiles y transfiguradas hasta esa resolución donde la canción desciende con esas sutiles pinceladas de fa mayor a re menor y todas las voces juntas atravesadas por la muerte y seguimos bajando, haciéndonos cada vez más pequeños en esa última evocación desesperada.

"Lacrimosa Dies Illa" ( Mozart: ocho primeros compases de coro y orquesta / Süssmayr: el resto de compases) y llegamos al ecuador de la muerte, al borde del acantilado donde el maestro se interrumpe y ha de recoger el testigo su alumno,¿fue casualidad que Wolfgang se detuviese aquí?, demasiado doloroso, demasiado real, nunca lo sabremos pero aquí el niño prodigio de Salzburgo rompería todos los esquemas, se apagaba encendiendo las velas que acompañarían su última partida y  nos confesaba cauteloso que cuanto más imperfecta es la belleza más perfecta es la muerte.

Lacrimosa dies illa                       Día de lágrimas será aquél
 qua resurget et favilla                en que resurja del polvo
 judicandus homo reus                 el hombre culpable para ser juzgado.
.Huic ergo parce, Deus,                Perdónale pues, oh Dios,
 pie Jesu Domine,                         piadoso Jesús, Señor,
 dona eis Requiem. Amen             dales el descanso. Amén.






Mozart que hasta ahora se había dirigido a distintos interlocutores ahora parece que se dirija a nosotros para que lloremos junto a él, los instrumentos dibujan lágrimas que van cayendo sobre los versos hasta que el llanto se desborda en ese sintomático "judicandus homo reus" donde tras sólo 8 compases cesa, no obstante es muy probable que los siguientes 8 donde vuelve a repetirse los mismos motivos aunque con unos matices más tiernos estén totalmente influidos por las indicaciones y apuntes que dejó tras de sí, una anécdota de la época así lo atestigua:

"Incluso la tarde antes de morir continuo trabajando en el Réquiem...llevó las partituras a su cama y él mismo cantó la parte de alto acompañado de sus más fieles cantantes...Cuando llegaron a los primeros compases del Lacrymosa, Mozart comenzó a llorar violentamente, y puso las partituras a un lado. Once horas más tarde, a la una de la mañana, murió" (Maunder, 1988).

No en vano esa otra cara del tema realiza variaciones sobre esos sollozos a veces aumentando su intensidad sobretodo al final con ese "amen" atronador, otras haciendo que las notas pendulen en una cierta indecisión y maravillosa fragilidad. Nuestro pequeño hombrecillo rompe sus cartas con esa confesión de culpabilidad, de la rémora de una vida a la que nunca negó nada y no es baladí que esa petición directa de perdón no haya sido respirada por la mano del reo que prefiere mirar a la muerte a la cara a costa de perder música y ganar respeto, valor y belleza.





                                                                 CARA B

Durante mucho tiempo se estuvo vendiendo esta obra como la reconciliación de su autor con el sentimiento católico, aquel que le inculcarían sus padres y del que empezaría a alejarse ya de facto cuando devolvió al arzobispo Colloredo su engreído trato con una socarrona indiferencia.

 No, Mozart nunca fue un dechado de las vetustas virtudes de la época: masón, derrochador, caprichoso,insolente y mujeriego aunque muy trabajador, del mismo modo tampoco fue el Réquiem a su juicio su canto de cisne ni mucho menos básicamente porque la dejó inacabada y no por falta de tiempo precisamente.

A pesar de la generosa contraprestación que recibía, el genio siempre demoró su finalización cosa que en Agosto tenía cierto sentido una vez cerrado el plazo de la ópera seria Clemenza di Tito incluso con el inminente estreno de La Flauta Mágica y los arreglos debidos a finales de Septiembre, pero otras obras fueron terminadas en esos meses posteriores como ya mencionamos al comienzo del artículo, piezas que no fueron retribuidas en tamaño dispendio pero que sí motivaban más a su complejo e infinito ingenio.

Así pues por feo y duro que resulte Amadeus jamás se sintió fascinado por la elaboración de este encargo, en cambio si que estuvo inspirado sin duda en muchas ocasiones como fuimos relatando,y todavía más cuando tanto su inicial desidia que apaciguaba con empresas más de su gusto como sus recelos respecto a las extrañas circunstancias que rodearon a la encomienda, se reflejaron en su cada vez más pésimo estado de salud obsesionándole con la entrega de la misma como si representase un crono en cuenta atrás que acelerase in crescendo su dolor y sus miedos.

III. OFFERTORIUM


"Domine Jesu" ( Mozart: coro, solista, violoncello, bajo y órgano  / Süssmayr: cuerdas y viento ) tras despertar con los ojos enrojecidos del Lacrymosa enrocar con estas dos piezas tiene la fascinación de devolvernos al compositor de aquellas flammis acribus y volver a hacer magia para nosotros.

Esta magistral combinación del contrapunto del stile antico y el cambio de texturas propio de una gran misa sin olvidar esa fuga algo insistente aunque ciertamente poderosa echa en falta la osadía desplegada en otros lugares y ha hecho dudar a muchos estudiosos sobre el porcentaje mozartiano en este Offertorium.

Sea como fuere nosotros preferimos seguir soñando despiertos y percibir este nuevo ep como una especie de reverberación boomerang del genio venido del más allá poniendo orden en algunos conceptos.

No se explicar la razón pero siempre enlacé esta canción como una llamada del hijo al padre igual que haría ese judío de Nazareth cuando pronunciaba aquello de "por qué me has abandonado", aquí parece que el genio se dirija a su preceptor con una mezcla de culpabilidad, resentimiento y a la vez
compasión. Así ese colofón permutándose trata de iluminar la desolación presente invirtiendo el sentido de la realidad, obcecado en quebrar la cuarta pared.





"Hostias et Preces" (Mozart: coro, solista, violoncello, bajo y órgano) / Süssmayr: cuerdas y viento) representa la rendición del hombre que acepta con sosiego su nuevo reino aunque con reservas pues igual las voces se fortalecen que se ahogan y caen irremediablemente dudando constantemente entre la paz masónica o el arrepentimiento cristiano. No en vano a mitad del episodio vuelve a aparecer la coda del numero anterior con violines enfermizos, rebajando la tensión un poco después para recuperar la eterna pregunta otra vez: me redimo con la vida o he de resarcir a la muerte.





                                                            (INTERMEZZO)

Süssmayr, Franz Xaver el bienamado discípulo toma el testigo de su maestro tratando sobretodo de no desentonar en exceso en las composiciones que restan que serán ya de su completa autoría, es una pena que la película Amadeus excediese tanto la sana rivalidad entre Mozart y Salieri basado en la fatua obra del mismo nombre de Peter Shaffer y lo venimos a decir porque la intervención del pupilo en completar esta obra de su mentor, sus motivaciones, sus medios se antojan bastante más interesantes y fílmicos todo lo cual queremos apuntar en los extractos de una carta que él mismo dirigiría a su hermana el 20 de diciembre de 1792:

"Querida hermana:

Como te había adelantado, no creo que para Navidad pueda llegar por la casa. Estoy verdaderamente abrumado con el trabajo que acepté. Konstanze, la viuda del Maestro, confía en que podré hacerlo; espero no defraudarla, pero la verdad, querida hermana, a veces me pregunto para qué acepté tamaño reto...
                                                           
...Pero si hay algo que me enseñó, ya no a nivel musical (en eso es una fuente inagotable del que seguirán aprendiendo las generaciones venideras seguramente por varios siglos, no lo dudo), si algo me enseñó para la vida, como norma ética, es a sacar fuerza de flaquezas, a no darse nunca por rendido, a comprometerse en un todo por el todo en las cosas que se hacen.

El Maestro lo decía simpáticamente, guiñando el ojo a veces, pero sé que así lo hacía de verdad: “hay que hacer todo, componer un obra musical o el amor, todo, absolutamente todo, como si fuera la última vez que se hace en la vida, poniendo toda la pasión del mundo en eso. Nada realmente bueno se puede hacer si no es así.”...


... En estos momentos no la estoy pasando muy bien; se me han juntado varias cosas. Por un lado, este peso que siento como abrumador, esta responsabilidad de terminar algo que, lo sé, me sobrepasa. ¿Tú piensas que remotamente alguien, el día de mañana, se atreva a decir “el Réquiem de Süssmayr”? No, ¡imposible! Aunque no lo haya compuesto en su totalidad el Maestro, será siempre el Réquiem de Mozart. No podría ser de otro modo. Pues bien: eso me atormenta. O más aún: el poder estar a la altura de las circunstancias. Y junto a eso, querida hermanita, una serie de cosas que se me han ido acumulando: las penurias económicas que nunca cesan, mis dolencias en los pulmones, y también el no ser correspondido por la mujer a quien amo, que no es otra que Konstanze…

... Te confieso algo, querida hermana: todo lo que yo estoy componiendo de esta fabulosa Misa de Muertos, no es mío. En realidad estoy dándole retoques o inspirándome en cosas ya escritas o esbozadas por él. De hecho, yo no he creado ningún tema nuevo; todo lo que algún día podrás escuchar de cabo a rabo en esta Misa no son sino ideas salidas de la cabeza de Mozart. Yo, con suerte, las he acomodado, desarrollado...

...El Maestro, en sus últimos días, aún en su lecho de muerte, escupiendo sangre en más de una ocasión, me dictaba sus ideas para el Réquiem, que ya había pasado a ser su propia Misa de Difuntos. Y cuando yo no captaba exactamente la idea, me pedía el violín para hacérmelo escuchar.

Te lo confieso, hermana, porque sé que me sabrás entender: yo no estoy componiendo nada nuevo para el Réquiem, sólo estoy acomodando debidamente las ideas que el Maestro dejó sueltas. Son sus enseñanzas morales las que me hacen seguir adelante: casi muerto, sabiendo que le quedaban días, u horas por delante, con una fuerza que yo no sé de dónde sacaba, peleando con la muerte, o más aún: cantándole con una belleza tan profunda que no se puede creer que eso esté escrito por un mortal a pasos de vérselas cara a cara con Ella, su energía a prueba de todo es la más profunda escuela de moral que se pueda concebir..."

Creo que este texto es suficientemente revelador respecto a cómo siempre se cumple aquello de que la realidad supera la ficción y además nos confirma que en los anteriores números la mano de Süssmayr se limita a seguir las indicaciones de Mozart o a lo sumo rebuscar en sus obras soluciones que encajen allá donde hubiese lagunas. Si ya entramos en lo sentimental en alguna carta transluce la suspicacia de Wolfgang respecto a la entrega y disposición de su alumno para con su esposa, de todos modos era bien conocido que la vida conyugal de los Mozart no era precisamente estándar, ambos se entregaban sin reparos a los placeres dispuestos como una pareja abierta. Dicho lo cual el alumno era muy querido por la pareja, de hecho su hijo pequeño lleva su nombre.

V. "Sanctus" (Süssmayr) aquí observamos un cambio evidente de escenario, de color, más optimista y vital como si celebrase la entrada en los cielos de su benefactor. Un uso en clave D mayor cuya majestuosidad y júbilo contrasta con los pasajes pretéritos más heridos, más sombríos y de nuevo otra breve fuga "Ossana in excelsis" que el autor principal hubiese enredado más.

"Benedictus" (Süssmayr) es a mi modo de ver el claro homenaje del alumno a su maestro, es como si las voces hiciesen una descripción cariñosa y amante del desaparecido, esta aria llena de intimidad y simetría donde las voces femeninas y masculinas se intercambian el papel protagonista es seguramente el homenaje más a piel que se haría a Mozart y me atrevería a decir que la mejor pieza de su autor.



VII. "Agnus Dei" ( Süssmayr) en cambio resulta algo más anodina y eso que recupera la circunspección del principio pero de un modo algo forzado, caricaturesco. Sólo una brecha vocal hacia su mitad que tanto nos recuerda al "Hostias" merece cierto interés, el resto excesivamente autoindulgente y canónico.

VIII."Communio: Lux Aeterna" (Süssmayr) en esta pieza el escriba vuelve a mirar hacia arriba y toma prestada la música del Introitus para cerrar humilde y agradecido con su compañero de viaje tan vasto círculo de arte y sufrimiento, no sólo recupera el movimiento primero sino también la doble fuga del Kyrie ahora rebautizada "Cum Sanctis tuis".


Mozart despedía su existencia haciendo patente su más sincera humanidad ante la muerte, acomete 2/3 del trayecto pero deja abierta su resolución pues de otro modo no estaría tan vivida, tan hermosa.
Una guía de viaje para cafetear con tu propio fin pero también y más importante un manual de cómo inyectarse la existencia sin miedos, sin recelos, sin arrepentimiento aunque esto último sea algo escurridizo incluso para su propio autor, recuerdan "homo reus" es el corazón de todo el esqueleto, el motor de cualquier vida que precie gastarse. Culpable de haber vivido, la absolución la concede sin ambages la muerte.

No estremecerse y emocionarse con esta partitura es carecer de muchas cosas pero la más importante es no necesitar un sentido, un emplazamiento contingente y lábil que siempre te estará aguardando reservado y compasivo para cerrar todos tus proyectos y contestar suavemente todas tus preguntas sin medias verdades. Elegir el Requiem para pensar en ello, para ensayar ese instante, hacer acopio de todo lo que os queda por vivir.









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